Extracto del discurso[1] que Frédéric Bastiat, diputado de Landes, habría deseado pronunciar en la cámara si no hubiera sido impedido por la tuberculosis, después de los debates sobre la libertad de enseñanza, que debían llevar al voto de la Ley Falloux del 15 de marzo de 1850.
He sometido a la Asamblea una enmienda que tiene por objeto la supresión de los grados unviersitarios. Mi salud no me permite desarrollarlo en la tribuna. Permítanme tener el recurso de la pluma (...) Los grados universitarios tienen el triple inconveniente de uniformar la enseñanza (la uniformidad no es la unidad) y de inmovilizarla después de haber imprimido la dirección más funesta. (...) La libertad puede ser considerada desde el punto de vista de las personas y con relación a las materias - ratione personae y ratione materiae, como dicen los juristas; porque suprimir la competencia de métodos no es menor atentado a la libertad que suprimir la competencia de los hombres.
Hay quien dice: ``La carrera de enseñanza será libre, porque cada uno podrá entrar.'' Es una gran ilusión. Es Estado, o mejor dicho el partido, la facción, la secta, el hombre que se adueña momentáneamente y hasta muy legalmente de influencia gubernamental, puede dar a la enseñanza que a él le plazca y dar forma a su gusto a todas las inteligencias con solo el mecanismo de los grados...
Yo, padre de familia, y el profesor con el que me pongo de acuerdo para la educación de mi hijo, podemos creer que la verdadera instrucción consiste en saber lo que las cosas son y lo que ellas producen, tanto en el orden físico como en el orden moral. Podemos pensar que es más instruido quien se hace la idea más exacta de los fenómenos y sabe mejor el encadenamiento de los efectos con las causas. Querríamos basar la enseñanza sobre esta idea base. - Pero el Estado tiene otra idea. Piensa que ser sabio es estar en capacidad de medir los versos de Plauto y de citar, sobre el fuego y sobre el aire, las opiniones de Tales y de Pitágoras.
Ahora bien, ¿qué hace el Estado? Nos dice: Enseñen lo que quieran a su alumno, pero cuando tenga veinte años, le haré interrogar sobre las opiniones de Pitágoras y de Tales, le haré medir los versos de Plauto y, si él no es tan fuerte en estas materias para probarme que les ha consagrado toda su juventud, no podrá ser médico, ni abogado, ni magistrado ni cónsul ni diplomático ni profesor.
¡Porque si todavía los conocimientos exigidos por el Bachillerato tuvieran alguna relación con las necesidades y los intereses de nuestra época! ¡Si al menos no fueran inútiles! Pero son deplorablemente funestos. Falsificar el espíritu humano es el problema que parecen haberse propuesto y que han decidido las corporaciones a las que se ha dejado el monopolio de la enseñanza (...)
Las doctrinas subversivas a las que se ha dado el nombre de socialismo o comunismo son el fruto de la enseñanza clásica, siendo distribuidas por el clero o por la Universidad (...) Concerniente a la sociedad, el mundo antiguo ha legado al nuevo dos falsas nociones que lo estremecen y lo estremecerán por mucho tiempo todavía.
Una, que la sociedad es un estado fuera de la naturaleza, nacido de un contrato. Esta idea no ha sido tan errónea en otro tiempo como lo es en nuestros días. Roma, Esparta, fueron ya asociaciones de hombres tendiendo un objetivo común y determinado: el pillaje; no fueron precisamente sociedades sino ejércitos. La otra, corolario de la precedente, es: Que la ley creó los derechos y que, por consiguiente, el legislador y la humanidad están en las mismas relaciones que el alfarero y la arcilla. Minos, Licurgo, Solón, Numa habrían fabricado las sociedades cretense, macedónica, ateniense, romana. Platón fue fabricante de repúblicas imaginarias que debían servir de modelos a los futuros fundadores de pueblos y padres de naciones.
Obsérvenlo bien, estas dos ideas forman el carácter especial, el sello distintivo del socialismo, tomando esta palabra en el sentido desfavorable y al modo en que la comuna etiqueta todas las utopías sociales. Cualquiera, ignorante de que el cuerpo social es un conjunto de leyes naturales, como el cuerpo humano, sueña con crear una sociedad artificial y se pone a manipular a su gusto a la familia, la propiedad, el derecho, la humanidad, es socialista. No hace fisiología, hace escultura. No observa, inventa. No cree en Dios, cree en sí mismo. No es sabio, es un tirano. No sirve a los hombre, él dispone de ellos. No estudia su naturaleza, la cambia, según el consejo de Rousseau[2]. Se inspira en la antigüedad, procede de Licurgo y de Platón. - Y para decirlo todo, de fijo es un bachiller.
Veamos pues a qué se reduce (...) esta Libertad que Ustedes dicen tan completa.
En virtud de su ley, yo fundo un colegio. Con la pena de prisión, se me hace comprar o alquilar el local, proveer a la alimentación de los alumnos y pagar a los profesores. Pero al lado de mi colegio, hay un Liceo. No se ocupa del local ni de los profesores. Los contribuyentes, según entendí, pagan los gastos. Puede pues bajar el precio del internado de modo que convierte mi empresa en imposible. ¿Es eso la libertad?
Ahora me supongo padre de familia; meto a mis alumnos en una institución libre: ¿cuál es la posición que me dan? Como padre, pago la educación de mis niños, sin que nadie venga en mi ayuda; como contribuyente y como católico, pago la educación de los niños de otros, porque no puedo rechazar el impuesto que paga los Liceos, ni apenas puedo dispensarme, en tiempos de cuaresma, de echar en el bonete del fraile postulante el óbolo que debe sostener los seminarios. En esto al menos soy libre. ¿Pero lo soy en cuanto al impuesto? No, no. Dicen que Ustedes producen Solidaridad, en sentido socialista, pero no tienen la pretensión de producir Libertad.
Y este no es más que el lado más pequeño de la cuestión. He aquí lo que es más grave. Doy la preferencia a la enseñanza libre, porque su enseñanza oficial (a la que Ustedes me fuerzan a contribuir, sin aprovecharla), me parece comunista y pagana; mi consciencia repugna que mis hijos se impregnen de ideas espartanas y romanas que, a mis ojos al menos, no son más que violencia y bandidaje; glorificadas. En consecuencia, me someto a pagar la pensión por mis hijos y el impuesto por los hijos de los otros. ¿Pero qué es lo que encuentro? Encuentro que su enseñanza mitológica y guerrera ha sido indirectamente impuesta al colegio libre por el ingenioso mecanismo de sus grados, y que debo doblegar mi conciencia a sus puntos de vista bajo pena de hacer de mis hijos los parias de la sociedad. - Ustedes me han dicho cuatro veces que era libre. Me lo dirían cien veces, que cien veces les responderé: no lo soy (...) En fin, examinemos la cuestión desde el punto de vista de la Sociedad y destaquemos primero que sería extraño que la sociedad fuese libre en materia de enseñanza si los instructores y los padres de familia no lo son. La primera frase del reporte de M. Thiers sobre la instrucción secundaria, en 1844, proclamó esta verdad terrible: ``La educación pública es el interés más grande de una nación civilizada y, por este motivo, el más grande objeto de la ambición de los partidos''.
Parece que la conclusión que se saca de ello es que una nación que no quiere ser presa de los partidos debe apresurarse a suprimir la educación pública, es decir la impartida por el Estado, y proclamar la libertad de enseñanza. Si hay una educación confiada al poder, los partidos tendrán un motivo de más para buscar apoderarse del poder, porque a la misma vez será apoderarse de la enseñanza, el más grande objeto de su ambición. ¿La sed de gobernar no se inspira en codicia? ¿No provoca ella bastantes luchas, revoluciones y desórdenes?
¿Y por qué los partidos ambicionan la dirección de los estudios? Porque ellos conocen estas palabras de Leibniz: ``Háganme maestro de enseñanza y me encargo de cambiar la faz del mundo''. La enseñanza impartida por el poder es pues la enseñanza para un partido, para una secta momentáneamente triunfante, es la enseñanza en provecho de una idea, de un sistema exclusivo. ``Hemos hecho la República, dijo Robespierre, no falta hacer republicanos; tentativa que ha sido renovada en 1848. Bonaparte no quiso hacer más que soldados, Frayssinous devotos, Villemin oradores. M. Guizot no haría más que doctrinarios. Infantil más que los saint-simonianos y tanto que se indigna de ver a la humanidad así degradada, si él estuviera en posición de decir ``el Estado soy yo'', estaría posiblemente tentado de no producir nada más que economistas. ¡Y qué! No se verá jamás el daño de proporcionar a los partidos, a medida que toman el poder, la ocasión de imponer uniformemente y universalmente sus opiniones. ¿Qué dije? ¿Sus errores por la fuerza? Porque será bueno emplear la fuerza para prohibir legislativamente toda otra idea que aquella de la que se está ya infatuado.
Ahora, repito la pregunta: Desde el punto de vista social, ¿la ley que discutimos realiza la libertad?
En otro tiempo había una Universidad. Para enseñar hacía falta su permiso. Ella imponía sus ideas y sus métodos y era forzoso pasar por ella. Era pues, según las palabras de Leibniz, maestra de las generaciones, y por esto sin duda que su jefe tomaba el título de gran maestro. Ahora todo eso está invertido. No quedarán a la Universidad más que dos atribuciones:
1° El derecho de decir lo que faltaría saber para obtener los grados;
2° El derecho de cerrar innumerables carreras a aquellos que no sean sumisos.
Eso apenas es nada, se dice. Y yo digo: esta nada es todo.
Aquí me entretengo en decir alguna cosa sobre una palabra que ha sido pronunciada a menudo en este debate: es la palabra unidad; pues muchas personas ven en el Bachillerato el medio de imprimir a todas las inteligencias una dirección, si no razonable y útil, al menos uniforme y buena en esto.... Hay dos clases de unidad. Una es un punto de partida. Es impuesta por la fuerza, por aquellos que defienden momentáneamente la fuerza. La otra es un resultado, la gran consumación de la perfectibilidad humana. Resulta de la natural gravitación de las inteligencias hacia la verdad.
La primera unidad tiene por principio el menosprecio de la especie humana y por instrumento el despotismo. Robespierre era uniformista cuando decía: ``He hecho la República, voy a ponerme a hacer los republicanos''. (...) Procusto era Uniformista cuando decía: ``He aquí un lecho: recortaré o alargaré a cualquiera que accediera o no alcanzara las dimensiones''. El Bachillerato es Uniformista cuando dice: ``La vida social será prohibida a cualquiera que no sufriera mi programa''.
La libertad es el terreno donde germina la verdadera unidad y la atmósfera que la fecunda. La competencia tiene por efecto provocar la revelación y universalización de los buenos métodos y hacer zozobrar los malos. Es necesario admitir que el espíritu humano tiene más proporción natural con la verdad que con el error, con lo que está bien que con lo que está mal, con lo que es útil que con lo que es funesto. Si no ha sido así, si la caída estuviese reservada naturalmente a lo Verdadero y el triunfo a lo Falso, todos nuestros esfuerzos serían vanos; la humanidad sería fatalmente empujada, como lo creyó Rousseau, hacia una degradación inevitable y progresiva. Sería necesario decir con M. Thiers que ``La antigüedad es lo que hay de más bello en el mundo'', lo que no es solamente un error sino una blasfemia. - Los intereses de los hombres, bien comprendidos, son harmónicos, y la luz que los hace comprender brilla con un resplandor siempre más vivo. Pues los esfuerzos individuales y colectivos, la experiencia, los ensayos, las decepciones mismas, la competencia, en una palabra, la Libertad, hacen gravitar a los hombres hacia esta unidad, que es la expresión de las leyes de su naturaleza y la realización del bien general...
¿Se puede dudar que la enseñanza, libre de las trabas universitarias, sustraída, por la supresión de los grados, del convencionalismo clásico, no se abrazará, bajo el aguijón de la rivalidad, a las vías nuevas y fecundas? Las instituciones libres, que surgirán laboriosamente entre los liceos y los seminarios, sentirán la necesidad de dar a la inteligencia humana su verdadero alimento, a saber: la ciencia de lo que la cosas son y no la ciencia de lo que se dice hacía dos mil años.
``La antigüedad de los tiempos es la infancia del mundo, dijo Bacon, y hablando propiamente, es nuestro tiempo el que es la antigüedad, habiendo el mundo adquirido el saber y la experiencia envejeciendo''. El estudio de las obras de Dios y de la naturaleza en el orden moral y en el orden material, he aquí la verdadera instrucción, he allí lo que dominará las instituciones libres. Las gentes jóvenes que los hubieran vuelto a ver se mostrarán superiores por la fuerza de la inteligencia, la seguridad del juicio y la aptitud para practicar la vida, a los horrorosos pequeños oradores que la universidad y el clero han saturado de doctrinas tanto falsas como anticuadas. Mientras que los unos estarán preparados para las funciones sociales de nuestra época, los otros primero estarán obligados a olvidar, si pueden, lo que habían aprendido y enseguida a aprender lo que deberían saber. En presencia de estos resultados, la tendencia de los padres de familia sería preferir las escuelas libres, llenas de savia y de vida, a las otras escuelas que sucumben bajo la esclavitud de la rutina...
El espantoso desorden moral (de nuestra época) no nació de una perversión de voluntades individuales abandonadas a su libre arbritrio. No, ha sido legislativamente impuesto por el mecanismo de los grados unviersitarios. M. de Montalembert mismo, lamentando totalmente que el estudio de las letras antiguas no fuera tan fuerte, ha citado los reportes de los inspectores y decanos de las facultades. Son unánimes en constatar la resistencia, diría casi la revuelta del sentimiento público contra una tiranía tan absurda y tan funesta. Todos constatan que la juventud francesa calcula con una precisión matemática lo que se le obliga a prender y lo que se le permite ignorar, en materia de estudios clásicos, y que ella se detiene justo en el límite donde los grados se obtienen. ¿Es lo mismo en las otras ramas de conocimientos humanos?, ¿no es de notoriedad pública que, por cada diez admisiones, se presentan cien candidatos todos superiores a lo que exigen los programas? Que el legislador calcule pues la razón pública y el espíritu de los tiempos para cualquier cosa....
Frédéric Bastiat (1801-1850), 1850 (?)
Notas:
[1] Frédéric Bastiat, "Baccalaurat et Socialisme", Œuvres complètes, tome IV : Sophismes économiques, petits pamphlets I, París : Guillaumin, 2° ed. 1863, pp. 442 a 503.
[<-]
[2]
Aquél que ose emprender la fundación de un pueblo
debe sentirse en capacidad de cambiar, por así decir, la naturaleza
humana..., de alterar la constitución moral y física de la
humanidad...
(Contrato social, cap. VII)
Traducido al español por Alex Montero desde el texto original francés.
Puesto al HTML por Faré Rideau para Bastiat.org.